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Asociación Canaria de Estudio de la Globalización - ACEG -

SOMBRAS Y LUCES DE LA FILOSOFÍA AFRICANA. Albert Kasanda

SOMBRAS Y LUCES DE LA FILOSOFÍA AFRICANA
Albert Kasanda Lumembu
Filósofo y sociólogo congoleño

¿Existe en África, un pensamiento crítico y emancipador, liberado de la tutela occidental y de la influencia de las ideologías actualmente dominantes? La pregunta nos devuelve a un debate ya antiguo pero siempre actual sobre la posibilidad de existencia de una filosofía o de un pensamiento africano propio y sobre su capacidad para modificar la realidad. Tres paradigmas fundamentales han dominado el terreno desde los tiempos de la descolonización: la búsqueda de la identidad, la modernización o el desarrollo y la liberación política. En un momento en el que la idea de salud a través del mercado se impone en todos los continentes, en el que los Estados están siendo desposeídos de su soberanía y en el que un conjunto de grupos económicos planetarios y de empresas globales ejercen todo su poder sobre los asuntos mundiales, es más necesario que nunca que la inteligencia africana dé un salto cualitativo en el pensamiento. Por una redefinición del papel del filósofo africano y por la refundación de su discurso. Un discurso que, antes que anquilosarse en el rechazo del eurocentrismo, se enfrentaría de forma lúcida y rigurosa con los desafíos actuales de los pueblos africanos, tanto en sus relaciones con el mundo como en la asunción de sus responsabilidades.
Palabras claves: África, emancipación, filosofía africana, mundialización.

Así pues, ¿Existe en África un pensamiento crítico y emancipador, liberado de la tutela occidental y de la influencia de las ideologías actualmente dominantes? Si éste fuera el caso ¿cuál sería su responsabilidad frente a la deriva del continente? ¿La razón habría abandonado África o nunca habría radicado en ella? Hemos pues de retener tres paradigmas fundamentales: la búsqueda de la identidad, la modernización o el desarrollo y la liberación política. Se trata de analizar cómo la inteligencia africana ha formulado sus preguntas sobre su situación cotidiana y ha intentado encontrar respuestas.

1. Autenticidad y emancipación africana
El pensamiento africano es, desde hace aproximadamente medio siglo, objeto de una viva controversia entre los especialistas en filosofía. Algunos, pura y simplemente, niegan la existencia de esta disciplina, en tanto que otros se afanan en demostrar su pertinencia al precio de incontables ajustes conceptuales y de múltiples referencias a la cultura africana entendida como patrimonio filosófico.
Esta controversia no surge de la nada (ex nihilo). Tiene su origen en la reconsideración de ciertos acontecimientos dolorosos de la historia negro-africana, tales como la trata negrera, la esclavitud, la colonización o el apartheid. Esta referencia sugiere de entrada una característica largo tiempo dominante en el discurso filosófico africano, a saber, la búsqueda de sí o la preocupación por la rehabilitación de la identidad negro-africana. Se trata en definitiva de denunciar los prejuicios que Occidente, en virtud de su representación de África, ha hecho (y hace aún) sufrir al continente africano. Se trata en fin de descalificar esas falsedades, de refutar la pretensión occidental de encarnar, de forma exclusiva, la expresión de la humanidad. El objetivo es, en otros términos, contrarrestar el eurocentrismo cultural, político o filosófico que, a través de las tragedias evocadas, ha promovido la negación de la alteridad negro-africana hasta el punto de que los negro-africanos no se reconocen sino como extranjeros de sí mismos, alineados, empobrecidos desde el punto de vista material y ontológico, humanamente humillados y políticamente dominados.
El discurso sobre la identidad ha manejado como concepto de base la noción de autenticidad. Se trata, para la inteligencia africana de reencontrar su « alma » (african spirit) perdida o degradada por la invasión extranjera, especialmente la occidental. El reto es de altura, pues esta noción nos remite a la cultura africana entendida como manera de ser (mode of being) propia de los Africanos y en la que es necesario reencontrar la originalidad, considerada como el antídoto al sufrimiento africano y como respuesta adecuada a la dominación occidental. Esta búsqueda está, en lo esencial, orientada hacia el pasado, entendido como inmutable e impermeable a la acción del tiempo. Asimismo, la noción de raíces ocupa aquí un lugar central, en tanto que las diferentes tradiciones culturales africanas son exhumadas, idealizadas o sacralizadas.
En esta línea se han distinguido numerosas corrientes de pensamiento a lo largo del pasado siglo. La negritud figura entre las más conocidas. Estos movimientos tienen en común una aproximación dicotómica a la realidad. Perciben por ejemplo la cultura africana en términos de oposición radical, a saber, « nosotros vs. ellos », « autóctonos vs. extranjeros », « auténtico vs. falso ». « Blancos vs. Negros », « Vencedores vs. vencidos ». Cada categoría toma de esta oposición sus características esenciales, en tanto que las ideas de síntesis, mestizaje o interculturalidad son objeto de desconfianza y profunda sospecha. La cultura es considerada como un todo orgánico cuyo equilibrio soporta mal la intrusión de elementos extranjeros. De ahí se deriva un enclaustramiento del africano en sí mismo y una lectura reduccionista de la historia y de las situaciones del continente.
La obsesión identitaria subyacente a estas corrientes oculta la diversidad y la pluralidad de las culturas africanas. En otros términos, el movimiento identitario habla de África en singular. Haciendo esto, omite mencionar otras muchas características del continente. La correlación de fuerzas que trabajan en la configuración de las relaciones sociales y en la gestión de las estructuras económicas, el oportunismo y el juego de las alianzas políticas son considerados como datos secundarios, siendo lo principal reencontrar la esencia perdida de una cultura burlada.
Estas teorías, aparentemente progresistas porque reivindicadoras de un patrimonio legítimo expropiado, fueron adoptadas por una parte de las elites locales que se constituyeron rápidamente en las nuevas burguesías. Detentadoras de la legitimidad cultural recuperada, podían instaurar las nuevas relaciones sociales internas, construir su fuerza política, amasar sus riquezas trabajando al servicio de intereses extranjeros y poner sus bienes a buen recaudo de los avatares de sus propias sociedades. Las tradiciones africanas demostraban así tener buena espalda.
En suma, el proyecto de emancipación africana a través de la rehabilitación cultural ha permanecido prisionero de la ceguera de sus iniciadores. La ilusión centrada en la rehabilitación del pasado africano como respuesta a los problemas del continente ha hecho pasar a un segundo plano los verdaderos asuntos de las sociedades africanas y truncado así la reflexión. La inteligencia africana se ha ilustrado, en este sentido, de mimetismo y victimización.

2. El desarrollo y la modernidad africana
La lucha por el reconocimiento de la soberanía de las naciones africanas ha dado lugar, hace unos cuarenta años, a la preocupación por el desarrollo.
El discurso sobre el desarrollo reposa, contrariamente a la idea de autenticidad africana obnubilada por el pasado, sobre el postulado de un modelo de sociedad orientado al porvenir, es decir evolucionando hacia la modernidad. La idea de « despegue económico » es en este caso la metáfora operante.
La noción de desarrollo se ha articulado, en África, a lo largo de estos cuatro decenios, a través de tres pensamientos principales. En primer lugar se postula el paso de una economía de subsistencia a una economía moderna. La proposición fundamental, en este caso, consiste en superar el retraso tecnológico y económico de los países africanos.
Acto seguido, frente al evolucionismo subyacente al paradigma anterior, se ha desarrollado un pensamiento crítico que ve en el subdesarrollo no el efecto de un retraso de los países africanos por relación a los países occidentales, sino la consecuencia de una relación de fuerzas asimétrica entre las dos entidades.
Por último, la idea de mercado como vía al desarrollo se ha impuesto en los dos últimos decenios, especialmente bajo el liderazgo de las instituciones de Bretton Woods. Esta visión privilegia, a parte de la liberalización de las finanzas y la libre circulación de capitales, la racionalidad procedimental y la regularización de los comportamientos individuales a través del mercado. En otros términos, éste último se constituye en « la norma, lo óptimo, independientemente de los recorridos históricos y de las diversidades estructurales. Las instituciones, las reglas y las normas sociales se asimilan a distorsiones que obstruyen al mercado o a relaciones contractuales entre voluntades individuales » (Philippe Hugon, 1992, 219).
Los paradigmas evocados tienen un rasgo en común: el voluntarismo. Ellos manifiestan un determinismo riguroso, haciendo creer entre otras cuestiones que la sola acción voluntarista del Estado sobre las clases dominadas, véase la intervención de una mano invisible, puede asegurar con certeza el despegue de África y su desarrollo económico. De ahí se desprende una visión de la sociedad y de la naturaleza como cuerpos inertes y sin espesor que la acción de un agente racional puede, fácilmente, transformar en provecho de sus miembros. Semejante percepción olvida las convulsiones sociales y políticas características de la evolución de África desde las independencias. En otras palabras, aprecia mal la influencia de las tradiciones y de las estructuras sociales africanas cuyo ethos esta lejos de coincidir con la axiología occidental.

3. La democracia y la liberación de África
Las nociones de democracia y de liberación ocupan ampliamente el campo de la reflexión en África. Implican la búsqueda de un « vivir juntos » equitativo y participativo, sin cadenas ni dominación, sin opresor ni oprimido. Estas nociones vehiculan el ideal de una sociedad fundada sobre el derecho, la buena gobernanza y la ausencia de toda explotación. Ellas han conocido, en África, un desarrollo en dientes de sierra donde se mezclan esperanzas y desesperanzas, ilusiones y desilusiones, sueños y pesadillas.
La lucha por la liberación es el corolario de la conciencia africana en lo que respecta a los desastres de la colonización y del imperialismo. Kwame Nkrumah fue una de sus figuras destacadas. Él postula la idea según la cual el subdesarrollo y la alienación de África no son sino síntomas de un problema más grave aún, a saber, la dominación del continente negro. Barrunta la solución en la conquista del poder político. Por ello se siente próximo al aforismo siguiente: « Busca de entrada el poder, el resto vendrá por sí mismo ». Su compromiso por el « conciencismo » y su lucha por el panafricanismo se inscriben en este entramado.
La liberación implica, según los partidarios de esta ideología, una modificación radical de los sistemas en vigor y de las relaciones de poder, el fin del imperialismo y la desaparición del capitalismo. La alternativa propuesta no es otra que el socialismo. A pesar del nacionalismo implícito en estas reivindicaciones, este pensamiento se ha mantenido en silencio en relación con los debates concernientes a las realidades étnicas y culturales.
Muchos factores han contribuido, hacia finales de los 80, a la eclosión de nuevas ideas en África. En primerísimo lugar, en el campo exterior, el final de la guerra fría y en particular, la implosión del modelo soviético han sido determinantes. Las nuevas políticas de ayuda adoptadas por las instituciones de Bretton Woods y los acreedores occidentales han contribuido a un reforzaminento de la crítica del Estado africano, mientras que la imposición de nuevos condicionantes políticos ha roto el vaso del monopartidismo y abierto nuevas perspectivas de reflexión y de acción como la democracia, los movimientos sociales y la sociedad civil. Además, desde el punto de vista interno, una conciencia se ha impuesto con claridad entre las poblaciones africanas en cuanto al fracaso de las teorías de desarrollo y de la acción del Estado como garante exclusivo de progreso. La organización, en numerosos países africanos, de debates populares conocidos bajo la denominación de « conferencias nacionales soberanas » ha significado una verdadera vuelta de tuerca democrática (Democratic turn) en el África negra. No solamente se ha dado la palabra al pueblo, sino que también, las diferentes organizaciones sociales tienen derecho a una existencia legal. Sus acciones han empezado a manifestarse a la luz del día, mientras que su léxico se ha enriquecido con nuevos conceptos como por ejemplo, los derechos humanos, la ciudadanía, la participación o el buen gobierno.

4. Por un salto de calidad en el pensamiento africano
Es un lugar común decir que la globalización ha removido de principio a fin las estructuras sociales, económicas y políticas de todos los países del planeta.
Tal como nos lo ha venido mostrando el análisis precedente, África no es ajena a esta evolución planetaria. Esta situación reclama a la inteligencia africana, sin más retraso, un salto cualitativo en el pensamiento. Ella interpela especialmente a aquellos cuya profesión es buscar el sentido de la existencia a través de una reflexión sistemática y racional, a acabar con el letargo intelectual y existencial en el que se ha deslizado el continente. Para poder hacerlo, dos caminos son contemplables: la redefinición de la imagen del filósofo africano y la refundación de su discurso.
1. La imagen del filósofo africano
El peso de las estructuras y los objetivos académicos son determinantes en la relación que el filósofo africano teje con la realidad cotidiana de su pueblo. Muchos son en efecto los que caen seducidos por el encanto de las ideas en detrimento de la situación real.
Semejante percepción puede llevar a la idea de que la realidad material no formaría parte de la actividad filosófica. Dicha realidad sería de poco interés para el filósofo que, por su propia esencia, se sentiría llamado por la nobleza y el cumplimiento de importantes obras del espíritu. Esta apreciación esconde mal una dicotomía perjudicial a la noción misma de filosofía. Esta última supone no solamente la contemplación (theoria), sino también la acción (praxis). Se inscribe de forma inevitable en un espacio y tiempo concretos. Estas dos determinaciones le dan una historia, un aspecto y un sabor propios. Su consistencia y su identidad. Toda iniciativa filosófica que ignore una u otra de estas determinaciones daría muestras de indudable ceguera intelectual.
La tarea de la filosofía, decía Marx, es transformar el mundo. La misión del filósofo en la sociedad puede pues entenderse de forma totalmente distinta. Ella se incardina en una dinámica existencial en la que la realidad primera no es otra que la inserción del filósofo mismo en un modo de vida o una comunidad que, en lo esencial, le transmite una visión del mundo de la que él trata de explicar las articulaciones, justificar los fundamentos y trabajar en su transformación. El discurso filosófico nace y se desarrolla en la textura de lo humano o en la banalidad cotidiana. El filósofo africano es llamado a abandonar el dogmatismo académico y el alejamiento que le produce la institucionalización de la filosofía.

2. A la búsqueda de un nuevo paradigma
¿Cómo elaborar un discurso filosófico que, lejos de anquilosarse en el rechazo del eurocentrismo, retomaría de forma lúcida y rigurosa los principales desafíos del pueblo africano en su relación con el mundo y en relación a sí mismo? Algunas cuestiones retienen en este punto nuestra atención:
1. Las condiciones de producción del discurso filosófico
La referencia a las condiciones que envuelven la producción del discurso filosófico africano es un paso inevitable. En efecto, una de las dificultades esenciales de la filosofía africana consiste en la determinación de su destinatario. ¿A quién se dirige el discurso filosófico africano ?.
El hecho de que África cargue todavía con los estigmas de la trata negrera y de la colonización no la exime de ninguna forma de las problemáticas actuales relativas al entorno, al género, a la gobernanza, a las relaciones interculturales e interétnicas, a la cuestión de las generaciones futuras o de la deuda externa. Precisamente por su anclaje en el corazón mismo de las realidades africanas, estos temas obligan al pensador africano a abandonar las evidencias académicas y las certezas institucionales, en provecho de una reflexión modulada por las aspiraciones del pueblo que se revelan, en definitiva, como la fuente y la finalidad de su discurso.
2. La llamada a la interdisciplinariedad
Es hora de que el pensamiento africano, superado el complejo de inferioridad, se abra a más disciplinas que a sus aliadas tradicionales como la etnología, la teología o la lingüística. Si la afirmación de la diferencia cultural era, ayer, motivo de orgullo justificando el uso casi exclusivo de estas disciplinas; hoy, la constatación de las desigualdades sociales y económicas es un motivo de inquietud que nos ha de llevar a atender otros dominios de investigación.

3. El método filosófico
¿Qué métodos para la filosofía africana? Esta cuestión a la luz del debate sobre la existencia de filosofías particulares, sugiere otro interrogante: a saber, ¿existe una vía particular, es decir, un método propiamente africano, árabe, asiático o latinoamericano de hacer filosofía? Se trata de la universalidad del método filosófico. Es necesario, para poder responder, establecer la diferencia entre el hecho de reflexionar filosóficamente y el ejercicio de la reflexión filosófica en un contexto particular. La filosofía, en tanto que acto reflexivo, no lleva, en el momento de su ejecución, el sello personal de su autor. « Reflexionar, es siempre trascender las fronteras de la especificidad individual o colectiva para acceder a un universo que pertenece de pleno derecho a todo ser capaz de reflexión ». (Jean-Pierre Warnier, 1999, 303). En este sentido, la reflexión filosófica presenta las reglas metodológicas siguientes: positivismo en la formulación de los materiales de reflexión, rigor en la reflexión, perspicacia y referencia a la vida concreta.
La referencia a la vida concreta individual o colectiva subraya la fecundidad de la unión entre filosofía y vida. Así pues, en la medida en que las intuiciones relativas al pensamiento africano se modulen según las reglas evocadas, la renovación de este último resulta previsible.
La filosofía africana no es un dominio estático. Si, al principio, ha estado viciada por la lucha anticolonial, hoy es interpelada por las coacciones del mundo moderno, la ofensiva de la globalización y la crisis, vuelta crónica, del continente negro. Es en el compromiso de los pensadores africanos a plantar cara a estas múltiples interpelaciones donde se desprende la identidad y el dinamismo de este pensamiento. Se trata de un recorrido sin fin, pues cerrarlo significaría la muerte de toda actividad pensante en África.

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